La sospecha de fraude, más allá de los hechos

Por Ernesto Calvo, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Maryland, Estados Unidos, y Belén Abdala, coordinadora de CIPPEC

Los politólogos tendemos a pensar que la calidad del sistema electoral solamente tiene que ver con nivelar la cancha para que compitan los partidos políticos en igualdad de condiciones; garantizar una asignación de escaños equitativa y asegurar una distribución adecuada del poder político. Pero la calidad del sistema electoral también se refleja en la capacidad para emitir un voto libre de coacción social o política y con plena confianza en que el proceso es seguro, las preferencias propias y del resto de los votantes no son manipuladas y los votos son contabilizados de modo apropiado. Elecciones limpias pueden estar acompañadas de suspicacias profundas. Seguridad en el escrutinio puede convivir con percepciones de inequidades profundas. Un sistema electoral confiable no es lo mismo que un sistema electoral que los votantes perciben como confiable.

Según una encuesta realizada por el Programa de Instituciones Politicas de CIPPEC en los 24 distritos del país durante septiembre 2017, en la Argentina el ejercicio del voto y la confianza en el voto no tienen un matrimonio perfecto. Hay una desconexión entre la forma en que se llevan a cabo las elecciones y cómo perciben el proceso quienes participan en él. Se observa también un desfasaje entre la percepción de vulnerabilidad o amenaza por parte de los electores y la transparencia del proceso electoral. A diferencia de lo que sucede en los vínculos personales, la confianza en las elecciones es mayor cuando no conocemos a quién tenemos sentado en frente, a las autoridades de mesa y fiscales. No es un fenómeno estrictamente argentino. Como muestra Jerónimo Torrealday en un trabajo reciente, aun cuando en la casi totalidad de los países de América Latina las elecciones han sido certificadas como libres de fraude y manipulación por los organismos internacionales, gran parte de quienes habitan en la región perciben altos niveles de fraude y bajos niveles de confianza en las elecciones. El mejor predictor de esta percepción de fraude, documenta Torrealday, es haber votado al partido que perdió la última elección.

Decime a quién conocés y te diré en quién confiás

La mañana que sigue a cada elección, nos despertamos con fantasmas que afectan la credibilidad en el proceso electoral: falta de boletas en el cuarto oscuro, ausencia de fiscales en las escuelas y debates extensos sobre la posibilidad de distorsiones en la carga de los resultados. Aun cuando las sospechas sobre el proceso electoral son ampliamente discutidas en los medios y en la calle, todavía sabemos poco en la Argentina sobre las opiniones de los votantes en todo el país, sobre el modo en perciben el acto de votar y sobre la seguridad que sienten, personal y colectivamente, respecto de los comicios. La confianza en las elecciones es un fenómeno multidimensional y distintos aspectos influyen, en mayor o menor medida, sobre esta percepción. Un mismo votante puede, por ejemplo, confiar en que su voto es secreto, pero no estar seguro de que será contabilizado correctamente. En una encuesta previa de CIPPEC para las elecciones de 2015, encontramos que la mayoría de los votantes del conurbano bonaerense valoraron positivamente el desarrollo del acto electoral y el funcionamiento de los centros de votación, pero manifestaron poca confianza en la limpieza de las elecciones; delitos electorales como el robo de boletas y la compra de votos fueron percibidos como hechos frecuentes que pueden cambiar el resultado de la elección. Las percepciones pueden tener importantes consecuencias: influir en la predisposición a participar en futuras elecciones e incluso alterar la confianza y, con ello, legitimidad de las autoridades electas.

Conocer a los fiscales y presidentes de mesa acentúa la percepción de vulnerabilidad política de los votantes. Tener conocidos en la mesa de votación, muestra la encuesta, tiende a asociarse con mayores expectativas de ser amenazado o de recibir propuestas para comprar el voto. Cuanto más inserto está el votante en una comunidad política, cuando conoce a los fiscales y presidente de mesa, mayor es también la percepción de que faltan boletas, se utilizan documentos falsos y se trae gente que no es de la zona para que voten. Es decir, cuanto mayor es el vínculo con el escrutinio, mayor es la percepción de acoso político y de manipulación electoral.

De este modo, los arreglos institucionales no terminan de asegurar que las percepciones de los votantes sean positivas. Entran en juego factores tales como las redes políticas y las conexiones sociales de los individuos. La confianza interpersonal y el capital social de la comunidad, al igual que la afinidad política con quienes pierden las elecciones, impactan sobre la confianza en el proceso electoral. Si ganó tu candidato, la elección se realizó en forma apropiada. Cuánto más conocés a la gente que administra el proceso electoral, más vulnerable te sentís a amenazas y manipulaciones. Y esta relación es aún más fuerte para las mujeres y para los más jóvenes, quienes se perciben más vulnerables y más amenazadas al llegar a las mesas de votación. Parece ser que, cuando de elecciones se trata, estamos durmiendo con el enemigo.

Columna publicada en la edición del diario La Nación del domingo 15 de octubre de 2017.

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