Los retos de la escuela y la religión

La educación presenta hoy dos retos. Para alcanzarlos, una escuela estatal laica -que no sea confesional ni dogmática- es un principio fundamental.

El primer reto es aprender a aprender. En una sociedad donde se produce y circula cada vez más información y conocimiento, la escuela tendría que priorizar los procesos de aprendizaje, y no la transmisión de contenidos. Aprender implica hacerse preguntas, buscar e indagar evidencias, dudar y reflexionar. Para aprender, los alumnos tienen que ser capaces de investigar, contrastar y verificar hipótesis. El desarrollo de un pensamiento crítico y abierto al dialogo, de la reflexión argumentativa y, sobre todo, de la capacidad de modificar creencias en base a la evidencia son condiciones clave para que las personas puedan seguir aprendiendo a lo largo de la vida.

Para que los alumnos aprendan a aprender la escuela debe promover una aproximación y comprensión del mundo basada en el conocimiento científico. Esto es parte de la construcción de una ciudadanía formada con la capacidad de debatir con evidencias y argumentos fundados; y no en base a contenidos indiscutibles.

El estudio de las religiones comparadas y su historia como contenido escolar obligatorio debería dialogar con este primer desafío. Para ellos, es necesario trazar una distinción entre, por un lado, el aprendizaje basado en el modo de razonamiento científico de las religiones como procesos históricos y sociales complejos y, por el otro, la enseñanza de un culto religioso específico, como un conjunto de creencias y rituales que se presentan como doctrinas a reproducir por las nuevas generaciones. En esta misma línea, es importante definir qué formación deberían tener los docentes a cargo de cada asignatura. Para el primer caso, los maestros y profesores, independientemente del culto que profesen, tendrían que disponer de una formación que trascienda la puramente religiosa.

El segundo reto es el de aprender a vivir juntos. Se trata del desafío de construir una sociedad cohesionada y solidaria, que nunca pierda de vista el respeto por las identidades particulares. Esto implica no dividir (ni discriminar) a los alumnos por sus filiaciones políticas o religiosas. La organización de alumnos en grupos para determinadas actividades, proyectos o materias es una herramienta básica de la enseñanza; pero si los criterios de agrupamiento se basan en sus creencias políticas o religiosas, o en sus pertenencias culturales o socio-económicas, en vez de integrar, estas diferencias las profundizamos.

La escuela se presenta como un espacio privilegiado para promover la integración social de la diversidad cultural. La educación presenta hoy dos retos. Para alcanzarlos, una escuela estatal laica -que no sea confesional ni dogmática- es un principio fundamental.

Autores


Axel Rivas

Alejandra Cardini

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