Del frío polar al calor extremo: por qué es urgente prepararnos para este verano

En los primeros días de julio, nuestro país vivió una de las semanas más frías en décadas. Según el Servicio Meteorológico Nacional, el 2 de julio la Ciudad de Buenos Aires registró una temperatura mínima de -1,9 °C, la más baja desde 1991. En Mar del Plata, el consumo récord de gas por las bajas temperaturas obligó a cortar el suministro domiciliario: una medida extrema que expuso la fragilidad de nuestro sistema energético frente a eventos climáticos severos.

Mientras tanto, al otro lado del mundo, Europa sufre una ola de calor histórica. España vivió su junio más caluroso desde que existen registros, alcanzando los 46 °C en el sur del país. En Francia, las autoridades declararon alerta roja por calor extremo en 16 departamentos, modificaron los horarios escolares en más de 1.300 establecimientos y abrieron parques por la noche para ofrecer refugios climáticos. En Italia se prohibió el trabajo al aire libre en varias regiones, mientras que en Bélgica el sobrecalentamiento de las vías de trenes obligó a suspender servicios.

No es casualidad ni una anomalía aislada: el cambio climático está intensificando estos eventos en frecuencia, duración y severidad. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) advierte que el calor extremo es el fenómeno climático más letal a nivel global. La Federación Internacional de la Cruz Roja lo llama “el desastre natural que más muertes causa todos los años” y, sin embargo, uno de los más invisibilizados. Clare Nullis, vocera de la OMM, lo describe como un “asesino silencioso”, porque sus víctimas no suelen figurar en los titulares.

En la última década, la mortalidad asociada al calor en mayores de 65 años aumentó un 85 % en todo el mundo, según la Organización Mundial de la Salud. Y la tendencia es clara: como sociedad vamos a tener que aprender a convivir con veranos más largos e impredecibles.

Aunque parezca contraintuitivo, es ahora, en pleno invierno, cuando debemos prepararnos. En las últimas décadas, las olas de calor en Argentina se han vuelto más frecuentes, prolongadas e intensas, especialmente en las ciudades, donde el asfalto, la falta de verde y la densidad poblacional generan temperaturas hasta 10 °C más altas que en zonas rurales. En 2024, nuestro país encabezó el ranking regional de anomalías térmicas, con un aumento promedio cercano a 1 °C respecto de la media 1991–2020. Córdoba, en particular, fue la ciudad más afectada, con 22 días de calor extremo en el verano pasado.

Pero el calor no afecta a todos por igual. Las personas mayores, los niños pequeños, quienes viven con enfermedades crónicas, los trabajadores al aire libre y los habitantes de barrios vulnerables sufren las consecuencias más graves. El hacinamiento, la falta de acceso a agua potable o electricidad y la escasa cobertura vegetal amplifican los riesgos para la salud y la vida.

Frente a esta nueva normalidad, no hay margen para la improvisación. Necesitamos actuar ya en tres frentes:

  • Sensibilizar a la población y a los tomadores de decisiones. Todavía subestimamos el impacto del calor en la salud, por lo que es clave instalar este tema en la agenda pública y de políticas de cuidado.
  • Prepararnos, mediante sistemas de alerta temprana eficaces, planes de acción frente al calor, y protocolos claros para hospitales, escuelas y residencias de mayores. Estos mecanismos deben ser conocidos y actualizados regularmente para ser útiles.
  • Adaptar nuestras ciudades, ampliando la cobertura verde, creando refugios climáticos accesibles y repensando el diseño urbano para mitigar las islas de calor. También es fundamental mejorar las condiciones de las viviendas y edificios, incorporando estándares de confort térmico, ventilación adecuada y materiales que reduzcan la absorción y retención de calor. Espacios públicos más frescos y hogares mejor preparados son esenciales para proteger la salud y la calidad de vida de quienes habitan las ciudades.

En CIPPEC, junto al Wellcome Trust y al Laboratorio Interdisciplinario para el Estudio del Clima y la Salud (LIECS), ya estamos trabajando para fortalecer la resiliencia climática en las 5 ciudades más pobladas de Argentina: Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Rosario y San Miguel de Tucumán. Nuestro proyecto busca entender cómo afectan las olas de calor a la salud de las personas mayores en las áreas urbanas, para producir evidencia, herramientas y políticas públicas que permitan proteger mejor a quienes más lo necesitan.

El calor extremo no da margen para la improvisación. Este invierno es el momento de planificar y actuar: cuando las temperaturas vuelvan a subir, cada día de preparación puede salvar vidas.