Un límite a la plasticidad


La política es plasticidad. Para poner de acuerdo a gente que representa intereses y tiene ambiciones contrapuestas hay que ser flexible, poder cambiar de forma. Además, la era de las instituciones plásticas es también la de la convivencia partidaria más o menos pacífica y coincide con el período de continuidad electoral más largo de nuestra historia. Cambiar reglas seguido no es un vicio pernicioso, es una respuesta que la dirigencia política argentina elige para sobrevivir. Pero no es la única forma de sobrevivir y tiene costos.

Una consecuencia negativa de las instituciones plásticas es la representación opaca. Los partidos políticos compiten bajo distintos nombres en cada provincia, cambian de nombre de una elección a otra, apoyan a la misma candidata a gobernadora mientras llevan la boleta de distintos candidatos a presidente.  Los dirigentes que en un momento comparten una lista, después de las elecciones pueden sumarse a bloques distintos y en la elección siguiente jugar en bandos contrarios.

La democracia sin rendición de cuentas funciona mal. Para poder recompensar o castigar con el voto la acción de gobierno hace falta saber quién es quién. En un sistema político de reglas líquidas los únicos personajes reconocibles son los titulares de los ejecutivos: intendentas, gobernadores, presidentes. Las acciones del resto son parte de una imagen borrosa que es muy difícil interpretar.

Otra consecuencia negativa de la política de la plasticidad institucional es la atomización de los partidos y los bloques legislativos. Con horizontes temporales cortos, sumarse a una organización grande hoy es mal negocio cuando puede ser necesario de cambiar de rumbo mañana. Entonces, en lugar de ser un juego de grandes bloques, el Congreso nacional y varias legislaturas provinciales funcionan como una colección de interbloques, reuniones de pequeños grupos de legisladoras y legisladores, varios de los cuales tienen un solo miembro. La unidad de los interbloques es frágil y, como no cuenta con una bandera partidaria bajo la que todos compiten para renovar sus cargos, cuesta mucho sostenerla. Las coaliciones hechas con muchos fragmentos pequeños son muy difíciles de armar y se quiebran con facilidad. Un mundo de política plástica puede ser más sencillo para ganar elecciones pero es mucho más difícil para gobernar.

Puede pensarse que las reglas y las estrategias electorales cambian porque cambian las demandas de los votantes. Mucha gente cree que un sistema con reglas y organizaciones fluidas es lo más adecuado para un electorado con emociones políticas tibias, atención limitada e ideas difusas. Es cierto que la mayoría de los votantes tiene un vínculo tenue con el funcionamiento diario de la política. También es cierto que las nuevas tecnologías de información y comunicación están cambiando los modos en que pensamos y hablamos y han vuelto obsoletas a muchas formas de organización y movilización. Pero las identidades y las sensibilidades nuevas conviven con las demandas permanentes de orden, bienestar y libertad: los resultados de las políticas nunca nos van a dejar de importar. El problema de formar mayorías de gobierno y burocracias eficaces es ineludible y la solución no es tecnológica: es política.

La política de la plasticidad institucional es un estilo, un modo de proceder. Para cambiarlo o para remediar los problemas que produce este modo de hacer las cosas no bastan una o dos reformas. Pero cada reforma puede mitigar estos problemas o contribuir a reproducirlos. Por ejemplo, la adopción de las PASO simplificó la oferta de candidaturas en las elecciones presidenciales y colaboró parcialmente a ordenar la competencia dentro de algunos partidos. El reemplazo de las boletas partidarias por boletas únicas o por un sistema electrónico de votación ofreció condiciones más ecuánimes de competencia a todos los partidos y, en algunos casos, ayudó a ordenar la información electoral en los cuartos oscuros.

Eliminar la posibilidad de presentar listas colectoras en las elecciones tanto nacionales como provinciales, tener boletas con los mismos partidos independientemente del cargo que esté en juego, adoptar calendarios electorales previsibles, regular el financiamiento de las campañas electorales provinciales que todavía no tienen regulación y adoptar reglamentos en el Congreso y las legislaturas provinciales que hagan menos atractiva la formación de bloques chicos, son medidas que ayudarían a ir desarrollando otro estilo de decisión, menos plástico, más rígido para guiar estrategias electorales, más claro para los votantes, más útil para gobernar.

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