Publicado el 12 de junio de 2025
A comienzos de este mes se presentaron los resultados de la evaluación Aprender 2024 implementada en octubre del año pasado. Allí se evaluó el nivel de desempeño de los estudiantes del último año del nivel secundario de todo el país en Lengua y Matemática. Las evaluaciones de aprendizaje a gran escala, como esta, generan información muy valiosa sobre los sistemas educativos. Brindan una foto sobre los logros de aprendizaje de sus estudiantes y permiten recoger información contextual sobre sus características, la de las escuelas y de la experiencia educativa que se da en ellas.
Si bien los resultados de Aprender 2024 no sorprenden, no dejan de ser preocupantes. En Lengua, el 42% de los estudiantes argentinos no alcanzan niveles satisfactorios de aprendizaje. Esto implica que se encuentran en niveles de desempeño “básico” y “por debajo del básico”. En Matemática, los desafíos son aún mayores: el porcentaje de estudiantes que no alcanzan niveles satisfactorios asciende al 85% y se observa una tendencia a la baja desde 2016.
Estos resultados son consistentes con los que surgen de las evaluaciones internacionales en las que participa el país y que permiten comparar la evolución de los aprendizajes de los estudiantes argentinos con los de otros países. Tomando las evaluaciones PISA administradas en 2022, por ejemplo, el 73% de los estudiantes argentinos no alcanza el nivel mínimo esperado en Matemática y el 54% en Lengua, verificándose la situación de que varios países vecinos obtienen mejores resultados en ambas áreas, como son los casos de Chile, Uruguay, Brasil, Colombia y Perú.
Este diagnóstico, además, está atravesado por profundas desigualdades. El nivel de desempeño de los estudiantes muestra amplias diferencias según nivel socioeconómico. Según Aprender 2024, el porcentaje de estudiantes de menores recursos que no alcanza niveles satisfactorios de aprendizaje es del 57% en Lengua y del 95% en Matemática, mientras que desciende al 28% y al 72%, respectivamente, entre aquellos de mayores recursos. La inequidad es grande, pero los resultados de los estudiantes del nivel socioeconómico más alto tampoco son buenos, sobre todo en Matemática.
Los cuestionarios complementarios, por su parte, hacen posible indagar en el impacto que tienen ciertos factores sobre el desempeño de los estudiantes. Aprender 2024 nos permite saber, por ejemplo, que la estabilidad y permanencia del director en una escuela tiene un impacto positivo en los aprendizajes de sus estudiantes. Por otra parte, que los estudiantes que ingresan en sala de 3 al sistema educativo y que asisten a escuelas con mayor carga horaria tienen mejores niveles de desempeño, aunque el efecto es más significativo entre quienes pertenecen a un nivel socioeconómico alto. Esto llama a reflexionar tanto sobre la necesidad de impulsar estas estrategias, como de la calidad de las propuestas educativas. Por lo tanto, la información que producen este tipo de evaluaciones no solo es muy valiosa para conocer el nivel de logros de un sistema educativo, sino también para identificar patrones y desigualdades que orienten las políticas públicas.
La permanencia de las evaluaciones nacionales a lo largo del tiempo, incluso a pesar de los cambios de gobierno, refleja un consenso sobre la importancia de su implementación. También supone la generación de una gran cantidad de información. Sin embargo, estos datos han sido poco aprovechados como insumo para la mejora de la calidad educativa. Existe una brecha entre la gran cantidad de información que producen estas evaluaciones y el uso que efectivamente le dan los gobiernos y las escuelas.
A nivel de los gobiernos, esta información podría utilizarse para desarrollar políticas de apoyo generales o focalizadas a las escuelas; identificar prioridades y necesidades para asignar recursos de manera más eficiente y equitativa; orientar la definición del currículo y la elaboración de materiales pedagógicos; fortalecer programas de formación docente, entre muchos otros usos posibles.
Las escuelas, por su parte, podrían utilizarlos para construir diagnósticos, definir prioridades y elaborar planes de mejora institucional; organizar y promover acciones de desarrollo profesional docente con foco en las áreas o contenidos a reforzar según los resultados; monitorear y evaluar acciones de mejora implementadas; o fomentar una cultura escolar de uso de datos para la toma de decisiones.
La evaluación educativa puede ser una herramienta poderosa para la mejora, pero no alcanza con producir información. Es indispensable diseñar estrategias de devolución claras, con productos específicos para directivos, docentes, supervisores y decisores políticos, promoviendo un uso efectivo de sus resultados.
Los resultados de las pruebas Aprender reflejan una crisis de aprendizajes que debe ser abordada con suma urgencia. A su vez, es síntoma de una crisis educativa, social y política más compleja de la cual la sociedad en su conjunto es parte y que tiene múltiples manifestaciones. Entre ellas, la pérdida de autoridad pedagógica de la escuela y de los docentes; la normalización de las inasistencias de los estudiantes; las narrativas rotas del ascenso social que ponen en cuestión el rol de la educación como herramienta de movilidad (Hernández y Zarazaga, 2024); la dificultad de realizar acuerdos de largo aliento sobre la educación y el rol marginal que ocupa en la estrategia de desarrollo del país; la complejidad de articular esfuerzos virtuosos entre el sector público, el sector privado y organizaciones de la sociedad civil. El liderazgo del Estado en revertir esta situación es indelegable, pero la complejidad de la empresa por delante requiere un esfuerzo y el compromiso de todas las fuerzas vivas de la sociedad.