Publicada el 15 de mayo de 2025 en La Nación
¿Qué entendemos por familia? ¿Una persona que vive con un perro es una familia? ¿Y tres amigas que, envejecieron, enviudaron, y ahora se mudaron juntas para transitar sus últimos años? Quienes somos del interior y tuvimos la fortuna de poder mudarnos para estudiar en la universidad vivimos muchos de esos años en comunidad con amigos, ¿es eso una familia?
Las investigaciones más recientes dan por sentado ya que no es necesario compartir vínculos legales o biológicos para constituir una familia. Hoy, los lazos que unen a las personas para integrarlas en una familia están mucho más anclados en el afecto mutuo, la lealtad y el cuidado recíproco. Las familias pueden definirse por quiénes comparten su vida cotidiana, viven en el mismo hogar (compartiendo ingresos), y mantienen vínculos afectivos y de apoyo mutuo, ya sean legales, biológicos o sociales.
Nuestro país, al igual que buena parte del mundo, está atravesando transformaciones muy profundas en su estructura social. Los cambios en las estructuras de las familias son una parte nodal de estas transformaciones. En la Argentina, las estadísticas públicas no nos permiten entender con la profundidad que nos gustaría muchas cosas sobre las familias (como, por ejemplo, cuál es el vínculo que une a las personas), pero sí nos permite entender cuántas personas viven en un mismo lugar, compartiendo sus ingresos, y quién de esas personas genera esos ingresos (a partir de la EPH, Encuesta Permanente de Hogares).
En 1986, casi la mitad (47%) de las familias argentinas tenían una conformación tipo o nuclear: pareja con hijos (usualmente dos). Esa es la conformación a la que probablemente nuestro cerebro nos remita cuando escuchamos el término “familia”; tanto es así, que incluso en la ficción está sobrerrepresentada (ejemplo, los Argento de Casados con hijos, y tantos otros más). Pero a pesar de que todavía hay muchísimas familias con esa conformación (de hecho, la mía es así), hoy solamente un tercio (33%) de las familias la tienen. Las familias extendidas (quienes conviven con otros parientes) también se redujeron de 15% a 10%.
Las conformaciones familiares que crecieron entre 1986 y 2024 son las que aportan la diversidad. Se duplicaron los hogares de personas que viven solas (unipersonales): hoy, más de 1/5 familias son personas solas. También casi se duplicaron los hogares de una persona adulta con niños, conocidos como monoparentales (en su mayoría, liderados por mujeres).
Algo muy importante a tener en cuenta cuando se analizan estos cambios es que no son homogéneos entre clases sociales. En el 20% más rico, el 64% de las familias no tienen hijos (38% personas adultas que viven solas, 23% parejas sin hijos, y 3% familias extendidas sin hijos) y sólo 37% tiene hijos (26% pareja con hijos, 9% monomarental y 2% familias extendidas con hijos). Pero si miramos al 20% más pobre, esta foto se invierte: 84% de las familias tienen hijos (44% pareja con hijos, 24% monoparental, 16% familia extendida con hijos). Hay una cuestión matemática lógica: ante mayor cantidad de integrantes -especialmente si son niños que no aportan ingresos-, más probabilidades de encontrarse en situación de pobreza. Y esto sucede a pesar de que cada vez más hogares tienen dos proveedores y ya son franca minoría las familias que solamente el varón genera ingresos.
Estos cambios en las familias van de la mano con el envejecimiento de nuestra sociedad. Por ejemplo, el crecimiento de los hogares unipersonales muy probablemente esté íntimamente asociado al aumento de la expectativa de vida (especialmente de sobrevida de mujeres a sus maridos). Los cambios en los valores sociales también han tenido implicancias. Probablemente, otros cambios tengan que ver con un valor mayor que se le da a la posibilidad de llevar una vida plena, aunque no se esté en pareja. También hay una decisión de tener menos hijos y a una edad más tardía. Las crisis económicas recurrentes que atravesó el país en estos casi 40 años probablemente también hayan dejado su huella: la inestabilidad económica impactó en las decisiones sobre matrimonio, maternidad/paternidad y convivencia, y en algunos casos prolongó la cohabitación en familias extendidas o generó nuevas estrategias de organización familiar.
Elaboro esta lista de posibles razones no para juzgar, sino para entender. No creo que sea útil hacernos la pregunta de si esto está bien o mal porque la conformación de una familia es una de las decisiones más evidentes que cada persona toma. Pero sí me parece central entenderlas. La familia es el primer lugar al que vamos cuando tenemos un problema, la unidad más pequeña en la que socializamos nuestros riesgos. Pensar en cómo debería la política pública mejorar la vida de la gente implica entender con precisión cómo es la estructura familiar de cada persona porque eso afecta la forma en la que cada uno/a pueden o no resolver sus problemas.
Nuestras políticas públicas continúan estando excesivamente centradas en el formato de familia nuclear, con un varón como único proveedor. Eso es ineficiente. Hoy, 15 de mayo, que celebramos el Día Internacional de la Familia, aprovechemos para pensar qué entendemos por familia y cómo eso está sesgando lo que podemos hacer para mejorar la vida de todas las personas, independientemente de cómo está compuesto su hogar.