¿Qué podemos esperar de los debates presidenciales?

1.¿Para qué sirven los debates presidenciales?

Los debates presidenciales constituyen un marco democrático para proveer información a los electores y mostrar las diferencias políticas entre los candidatos. En muchos países se convirtieron en un rito de la democracia. Son 73 los países que tuvieron debates entre candidatos a Presidente o Primer Ministro y 94 si sumamos los países que realizaron debates para otros cargos electivos, como cargos locales o legislativos (Debates International, 2019). En América Latina, los primeros debates presidenciales se dieron en Venezuela y Brasil en la década del ´60 y luego esta práctica se extendió a otros países de la región. Hoy cuatro países tienen una ley que obliga a organizar un debate presidencial (Colombia, Costa Rica, Brasil y Argentina). Aunque en nuestro país esta ley es reciente y el primer debate presidencial se dio en 2015, existieron otros debates importantes previos que cimentaron el camino, como fue el que protagonizaron Dante Caputo y Vicente Saadi por el conflicto bélico con Chile en 1984 o los debates de candidatos a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Durante el debate, los candidatos muestran características generales de su personalidad y su estilo de liderazgo, no solo en sus intervenciones, sino también en las interacciones que mantienen con sus pares, y sostienen posicionamientos en materia de políticas públicas particulares. Este balance de carácter y posicionamientos dependen de cómo el debate esté regulado y producido.

El formato importa. El formato de las preguntas (si son muy generales o, por el contrario, muy específicas) y quién las realiza (un periodista profesional o un ciudadano, por ejemplo) moldean las estrategias de los candidatos. Por ejemplo, en el reciente debate de candidatos a la gobernación de Mendoza Debate 2019, se realizó un bloque de preguntas semi-cerradas (para responder con “sí” o “no”, con 15 segundos para fundamentar) sobre distintos temas que obligaron a los candidatos a establecer posiciones explícitas sobre políticas concretas, como el tamaño relativo del Estado, su apoyo o no a reformar la Constitución provincial o el establecimiento de reglas fiscales y de inversión.

Por otro lado, el nivel de interacciones que los candidatos tengan entre sí también los obliga – en mayor o menor medida – a exponerse a las críticas de sus competidores y dar respuesta a estos cuestionamientos. Si bien los cruces pueden prestarse a frases que causen impacto en detrimento del contenido, estas interacciones no son enteramente fáciles de predecir con exactitud, por lo cual obligan a los candidatos a mostrar (al menos cierta) naturalidad. En regímenes parlamentarios, por otro lado, estos intercambios tienen el beneficio adicional de mostrar coincidencias parciales, apoyos y críticas de utilidad para pensar las posibilidades de formación de coaliciones de gobierno post elecciones.

La combinación entre distintos formatos de preguntas e interacciones da como resultado debates con distintos niveles de exigencia para los candidatos. Estos, a su vez, aprenden y modifican sus estrategias en función de su desempeño en debates anteriores, por lo cual nunca un segundo o tercer debate es una réplica de los anteriores.

2.¿Son importantes los debates presidenciales en época de redes sociales?

El debate presidencial es un producto televisivo pero en época de redes sociales los debates se convirtieron en eventos mediáticos híbridos, donde millones de personas los siguen “a doble pantalla”, viéndolos simultáneamente en sus televisiones (o en línea) y comentándolos en sus redes sociales. Tres características diferencian a estos eventos híbridos: entre la audiencia los actores no políticos (como personas de la sociedad civil o líderes de opinión) juegan un rol cada vez más importante en la transmisión de mensajes en las redes sociales. Dos: el humor es una herramienta a la que se apela cada vez más para expresar ideas políticas, logrando gran nivel de penetración en las redes (la “memificación” de los debates). Por ejemplo, el primer debate presidencial en Paraguay 2018 recibió críticas muy negativas por el nerviosismo de los candidatos y lo más comentado  fueron los memes que circularon en las redes en los que se los ve tirados en el piso y con la conductora como una boxeadora que le ganó a ambos. Tres: los momentos críticos son especialmente relevantes para la comunicación política en espacios híbridos, como redes sociales. Estos momentos resonantes y retóricamente efectivos son recortados, compartidos y comentados millones de veces, pudiendo ejercer una influencia significativa en las acciones posteriores de la audiencia u otros actores (Freelon & Karpf 2015; Kreiss, 2016). Tal es el caso del primer debate presidencial francés, en el cual parecía que François Mitterand sería un claro ganador, hasta que Gircard D’Estaing le contesto “Señor Mitterrand, usted no tiene el monopolio del corazón”. Esa frase de 1974 aún es recordada y D’Estaing resultó ganador, no solo del debate, sino de las posteriores elecciones (Pascual, 2012).

A su vez, luego de que los debates tienen lugar, se da una segunda etapa de análisis, donde el periodismo y los líderes de opinión escogen al “ganador” del debate, y analizan la estrategia y los puntos fuertes y débiles de cada candidato. Estos análisis posteriores, que interactúan en la audiencia con la reflexión propia de cada espectador sobre el debate y sus características individuales, ayudan a jerarquizar temas y posturas de cada candidato y encuadrar la discusión electoral para determinar las preferencias finales de las personas (Hwang et al., 2006). Incluso quienes no vieron el debate se informarán por los medios de comunicación y la opinión pública (por ejemplo en redes sociales) y comentarán estas repercusiones del debate aunque no lo hayan visto.

3.¿Puede alguien decidir cambiar el voto tras ver el debate presidencial?

Cambiar en forma masiva las preferencias de los electores a partir de un debate presidencial parece poco probable. Hay estudios que confirman el cambio de voto luego de un debate presidencial, pero en una magnitud relativamente pequeña. En un estudio realizado sobre cuatro elecciones presidenciales en Estados Unidos (McKinney & Warner 2013) se demostró que un 14% de quienes vieron el debate cambiaron su posicionamiento: la mitad de éstos fueron personas que se encontraban indecisas y se decidieron por alguno de los candidatos, mientras que solo un 3,5% cambió su preferencia de un candidato a otro y otro 3,3%, que ya estaba decidido por un candidato previamente, pasó a estar indeciso. Como muestra el caso del debate entre Barack Obama y John Mccain de 2008, una abrumadora mayoría indicaba que Obama había “ganado” el debate, pero esto no se traducía enteramente en una captación de votos en la misma proporción (Jones, 2008; Democracy Corps, 2008). De todas formas, sobre los que no cambian su postura y mantienen la preferencia por el mismo candidato, la instancia de debate puede reafirmar esta preferencia de forma más confiable (Benoit, McKinney & Lance Holbert, 2001). Es decir, los debates también sirven para reafirmar a los ya decididos.

Existen otros efectos de los debates sobre los votantes. Por un lado, hay evidencia de que los debates contribuyen a proveer de mayor información a la ciudadanía, por lo cual estos pueden tomar decisiones con mayor seguridad y fundamento. En este sentido, también se documenta una disminución del cinismo político, reforzando las actitudes democráticas (McKinney & Chattopadhyay, 2007; McKinney & Rill, 2009). Estos efectos son mayores para quienes miraron debates de elecciones primarias y de elecciones generales que para quienes solo miraron un debate, mostrando que los debates tienen ciertos efectos acumulativos y no son una mera repetición del anterior (McKinney & Warner, 2013). Esto quiere decir que es probable que las reacciones al debate presidencial argentino del 13 de octubre en Santa Fe y al del 20 de octubre en Buenos Aires no sean las mismas sobre aquellos que miren ambos debates.

4.¿Cuánto importa lo que no se dice?

Lo que no se dice importa y mucho. Lo que ocurre en un debate presidencial, más allá de lo específicamente dicho por los candidatos, tiene una influencia importante en las percepciones y las opiniones de la audiencia.

En primer lugar, el contexto influye. Sabemos que las reacciones del público permean la valoración que la audiencia tenga sobre el desempeño de los candidatos, reflejando la importancia del contexto social para la construcción de juicios que a priori parecieran completamente personales (Fein, Goethals & Kugler 2007). Es por eso que generalmente se regulan las acciones del público presente. Según el reglamento establecido por la Cámara Nacional Electoral, en el debate presidencial de este domingo quienes estén presentes no pueden aplaudir ni gritar ni dirigirse a los candidatos.

Otra cuestión técnica del contexto que no es menor es la producción del debate, como la disposición de los candidatos en el escenario y la forma en que las cámaras toman sus movimientos. Los planos de cámara a candidatos solos de forma frontal enfocando sus hombros y su rostro provocan un lazo social más íntimo con la audiencia, mientras que mostrar a los candidatos uno al lado del otro o en pantallas divididas aumenta la sensación de competencia (Stewart, 2019). La utilización de la pantalla partida (mostrando tanto al candidato que habla como al que escucha), por su lado, puede producir posicionamientos más extremos en la audiencia, fomentando la polarización (Scheufele et al., 2007).

Por otro lado, la comunicación no verbal de los candidatos también tiene consecuencias en la forma en que la audiencia los percibe, tanto en la forma en que se presentan, la inflexión en su voz, su postura, sus gestos e incluso detalles como su ritmo de parpadeo (Kalkhoff & Gregory Jr., 2008; Stewart & Mosely, 2009), sobre todo al comienzo de su presentación (Maurer, 2016). Un momento universalmente importante en los debates presidenciales es el apretón de manos inicial, donde el espacio y el tacto de los candidatos se vuelven cruciales. Tapar el apretón de manos puede significar baja autoestima o falta de confianza, mientras que traspasar el espacio personal de la otra persona puede ser visto como algo agresivo (Piontek & Tadeusz-Ciesielczyk, 2019). Esto sucedió en el debate entre George W. Bush y Al Gore en 2000, cuando Al Gore avanzó tanto sobre su contrincante electoral mientras éste estaba tratando de responder una pregunta que Bush se detuvo y lo saludó con un gesto reconociendo su presencia y dejando en evidencia su torpe movimiento. Además, existe evidencia de que cuando se utiliza la pantalla partida, las expresiones gestuales negativas de los candidatos cuando otro habla repercuten de forma negativa en ellos pero positiva en el orador (Seiter & Weger, (2015).

En los debates presidenciales 2019, según lo estableció el Reglamento acordado con los equipos de los candidatos, la producción estética está regulada, tanto en los tonos neutrales del fondo, como en la iluminación de los candidatos y los colores de las gráficas. Tampoco será posible hacer tomas con pantalla partida, sino que los candidatos deberán ser enfocados en plano medio y de forma exclusiva durante su exposición.

Dado que sabemos que cada detalle verbal y no verbal puede tener impacto en la audiencia, en los últimos años los estudios sobre los efectos de los debates incorporaron nuevas herramientas analizando segundo a segundo las reacciones del público, como el sistema de dial test a través del cual los espectadores pueden, con una aplicación especial, calificar lo que están viendo en cada momento simplemente deslizando el dedo.

Conocer cómo reaccionan los votantes ante las posturas y gestos de los candidatos se vuelve cada vez más sofisticado en la era de redes sociales e inteligencia artificial, aunque la materia prima de toda esa sofisticación tecnológica seguirá siendo la capacidad de argumentación y solidez técnica de los líderes, sin los cuales los frutos del debate serán limitados.


Referencias bibliográficas

Benoit, W. L., McKinney, M. S., & Lance Holbert, R. (2001). Beyond learning and persona: Extending the scope of presidential debate effects. Communication Monographs, 68(3), 259-273.

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Freelon, D., & Karpf, D. (2015). Of big birds and bayonets: Hybrid Twitter interactivity in the 2012 presidential debates. Information, Communication & Society, 18(4), 390-406.

Hwang, H., Gotlieb, M. R., Nah, S., & McLeod, D. M. (2006). Applying a cognitive-processing model to presidential debate effects: Postdebate news analysis and primed reflection. Journal of Communication, 57(1), 40-59.

Jones, J. (Octubre, 2008). Obama Rated as Winner of Second Presidential Debate. Gallup. Recuperado de: https://news.gallup.com/poll/111058/obama-rated-winner-second-presidential-debate.aspx

Kalkhoff, W., & Gregory Jr, S. W. (2008). Beyond the issues: Nonverbal vocal communication, power rituals, and “rope-a-dopes” in the 2008 presidential debates. Current Research in Social Psychology, 14(3), 39-51.

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Kreiss, D. (2016). Seizing the moment: The presidential campaigns’ use of Twitter during the 2012 electoral cycle. New media & society, 18(8), 1473-1490.

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Pascual, R. (Mayo, 2012). 38 años de debates presidenciales en Francia. El País.

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Seiter, J. S., & Weger, jr, H. (2005). Audience perceptions of candidates’ appropriateness as a function of nonverbal behaviors displayed during televised political debates. The Journal of Social Psychology, 145(2), 225-236.

Stewart, P. (Septiembre, 2019). How TV cameras influence candidates’ debate success. The Conversation. Recuperado de: https://theconversation.com/how-tv-cameras-influence-candidates-debate-success-123330

Stewart, P. A., & Mosely, J. (2009). Politicians under the microscope: eye blink rates during the first Bush-Kerry debate. White House Studies, 9(4).

Third presidential debate: Mccain digs himself a deeper hole. (Octubre, 2008). Democracy Corps. Recuperado de: https://democracycorps.com/archive/third-presidential-debate/

 

Autores


Julia Pomares

Santiago Lacroix

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