Publicado en mayo de 2021
El mundo está cambiando y este punto de inflexión coincide con uno de los peores momentos de la historia argentina. El país no crece desde hace 10 años; 4 de cada 10 habitantes están en la pobreza y la proporción se eleva a 6 de cada 10 si hablamos de niñas, niños y adolescentes.
Muchas personas perdieron su trabajo: algunas están en el desempleo y otras directamente salieron del mercado laboral (la tasa de actividad cayó 9,3 puntos porcentuales entre 2019 y 2020). Esta crisis afecta especialmente a las personas más vulnerables y, así, las desigualdades se acrecientan. El presente arde en lo sanitario, pero también en lo económico y en lo social.
La emergencia del presente se conjuga con una necesidad, también urgente, de repensar la estrategia de desarrollo. Estamos en un momento bisagra que nos empuja a definir cómo queremos que sea lo que vendrá, con decisiones especialmente complejas porque deben, en simultáneo, considerar las urgencias del presente, dar respuesta a los problemas estructurales que tiene el país, y crear un aspiracional de futuro.
Hacer este ejercicio en un contexto de tanta restricción como el actual puede ser especialmente riesgoso. Nos puede llevar a dar respuestas sesgadas, desde la escasez, a nuestros problemas sistémicos. También a cerrarnos a posibilidades más optimistas. Si queremos un futuro mejor, tenemos que evitar que las características de la coyuntura actual coarten las oportunidades de las generaciones venideras.
Para poder dar a ese futuro una forma más inclusiva y sostenible, es necesario abordar los desafíos de largo plazo de una manera que difiera de lo hecho en el pasado. Los problemas estructurales están basados en premisas que solemos tomar por dadas.
Solamente si cuestionamos esas premisas y pensamos de manera distinta podemos generar acciones que nos lleven a resultados diferentes, a resultados mejores. Y las innovaciones a las que tenemos que dar lugar en nuestra estrategia de desarrollo se centran, fundamentalmente, en tres aspectos.
Primero, en (re)definir quiénes deberían idear e implementar estas estrategias. Por supuesto, el Estado debe tener un rol de liderazgo en este proceso. Sin embargo, la mayor parte de los problemas que enfrentamos hoy no pueden ser resueltos únicamente desde el sector público. Se trata de problemas sistémicos que afectan a toda la sociedad y que, por ende, requieren de la participación y el compromiso de distintos actores (sindicatos, movimientos sociales, sector privado y medios, entre otros).
El Consejo Económico y Social es, sin dudas, un gran paso en este sentido. Será central que en ese espacio se logren identificar las áreas de consenso, pero también los disensos y las alternativas divergentes que de ellos surgen. Poder ponderar esas alternativas en base a criterios compartidos es una forma para llegar a decisiones sostenibles en el tiempo, independientemente de los cambios de gobierno.
En segundo lugar hay que rever cómo se piensan estas estrategias. Las políticas públicas suelen tener un sesgo sectorial, en gran parte por la organización matricial del Estado: los temas se abordan de manera aislada. Pero los principales problemas a los que nos enfrentamos hoy son, en cambio, multidimensionales. Es necesario entonces un abordaje mucho más integral, que haga dialogar los temas y las políticas entre sí, y llegue así a resultados de mayor impacto.
En tercer lugar está lo que aprendemos de otras experiencias. Es necesario encontrar un punto medio en lo que la politóloga Carla Yumatle denomina el movimiento pendular entre pasar de cerrarnos al mundo a importar categorías sin filtro. Revisar recorridos que sucedieron en otras latitudes y discusiones que se dan hoy en foros internacionales, y adaptarlos con criterio al contexto local, puede generar insumos importantes para el desarrollo.
En 2023 se cumplen 40 años de democracia ininterrumpida en nuestro país, hito que puede ser una oportunidad para poner el momento actual en perspectiva; para mirar atrás, entender mejor qué sucedió en estos 40 años y cuál es el balance que hacemos respecto de los desafíos más importantes a los que nos enfrentamos hoy.
No para hacer revisionismo histórico sino sobre todo para pensar mejor y hacia adelante. Cómo es la democracia que queremos como sociedad y qué democracia piden las generaciones que van a gestionar los siguientes 40 años de democracia en Argentina. Estas son algunas de las preguntas que nos proponemos responder a través de #Democracia40, un nuevo proyecto de CIPPEC, donde el 3 de mayo inicié mi gestión como directora ejecutiva.
Si luego de 15 años en la institución decidí asumir esta enorme responsabilidad es porque tengo la convicción de que el actual punto de inflexión en la historia de nuestro país —y del mundo— es una ocasión única para jerarquizar los grandes dilemas en el debate público, para repensarnos y contribuir a generar espacios para un mayor (y mejor) desarrollo. En una Argentina que se parezca, cada vez más, al país que merecemos todas y todos.