La clase política subestima el riesgo de usar fondos no transparentes en las campañas electorales

Los argentinos desconfiamos de la relación entre el dinero y la política. Y pese a la certeza de que cada elección seguramente traerá un nuevo escándalo, la política aún no ha logrado dar una respuesta. En 2018 se presentaron diferentes proyectos para modificar el régimen de financiamiento de partidos y campañas electorales. El Poder Ejecutivo envió un proyecto en junio, mientras que otras agrupaciones presentaron iniciativas propias. Ninguna prosperó. A días de un nuevo año electoral, los partidos postergaron una vez más la discusión y aceptaron el riesgo y costo de un posible nuevo escándalo.

Hoy en la Argentina, el dinero es para la política lo que el canto de las sirenas era para los navegantes en la Mitología griega: una tentación que resultaba en un naufragio y muerte segura. Solo Ulises pudo enfrentar la tentación. Para hacerlo, reconoció su incapacidad para resistir al canto de las sirenas y creó un mecanismo de control. Se ató al mástil del barco y su tripulación, con los oídos tapados, tenía orden de matarlo si se liberaba de las ataduras.

Hoy, para el financiamiento de la política, la tentación está liberada. Las reglas actuales alientan la informalidad, permiten que la totalidad de las campañas sean financiadas en efectivo, mientras que los controles son posteriores a la elección. Esto permite que más del 30% de las agrupaciones que compitieron en las últimas elecciones presidenciales no hayan presentado rendiciones de campaña y que muchas de las agrupaciones que sí lo hicieron declararan un monto inferior al realmente gastado.

La tentación de fondos cuasidiscrecionales no reside solo en las ventajas que brinda durante la campaña política. La tentación resulta de una subestimación del riesgo y una sobreestimación de la capacidad para mitigarlo, de suponer que la fuerza política no requiere de los controles que bien consideraría necesarios para otros. Los controles llegan tarde y las sanciones son la pérdida de aportes públicos, algo que puede ser mitigado recurriendo a los aportantes privados. Sin embargo, no hay una estimación de la acumulación del daño que causa cada escándalo, que confirma las creencias negativas sobre la relación entre dinero y política.

Generar controles efectivos requiere un marco normativo integral, que permita únicamente medios trazables que contribuyan a transparencia, que incluya rendiciones y controles durante la campaña. Debe también regular el uso de publicidad oficial y limitar la ventaja de los oficialismos. Este marco tiene que reconocer, en primer lugar, la propia incapacidad que ha demostrado la política para evitar la tentación y el posterior escándalo.

Es necesario aceptar que la problemática relación entre dinero y política no resulta de la clase política, sino de la falta de reglas que favorezcan la transparencia y la equidad. Crear reglas efectivas, al igual que atarse al mástil, es un mecanismo de preservación de la democracia, no una admisión de debilidad. Esta es la única manera de atravesar el mar de desconfianza en el que naufragan las expectativas de millones de votantes. Del reconocimiento de la necesidad de estos mecanismos de autopreservación depende que la campaña de 2019 se dé bajo reglas claras para todos.

Fuente: Perfil

Autor


Carolina Tchintian

Investigadora principal de Dirección Ejecutiva

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