De cálidas a ardientes: la desafiante realidad climática que afrontan las ciudades

Publicado en enero de 2022

La ola de calor que cubre gran parte de nuestro país es una de las noticias que acapara más atención mediática en los últimos días. Si bien en el hemisferio sur estamos atravesando el verano y es esperable que haga calor, las temperaturas altas que estamos experimentando se extenderán durante más tiempo de lo común. No obstante, la ola de calor no es la única causa de las elevadas temperaturas. Existe otro fenómeno, menos conocido y evidente que también genera un aumento de la temperatura: la isla urbana de calor. Esta es resultado de la modificación de la superficie del territorio a medida que las ciudades crecen. 

Por más que sean dos fenómenos distintos, ambos actúan de forma sinérgica y producen un incremento sustancial del calor urbano. A pesar de ser eventos climáticos, hay mucho que los gobiernos locales pueden hacer. Para ello, resulta clave comprender tres elementos: por qué hace más calor en las ciudades, de qué manera el calor afecta al funcionamiento de las ciudades y qué pueden hacer los gobiernos locales para atenuar el aumento de la temperatura en ellas. 

 

Impacto en el clima

Las ciudades, conforme crecen y se expanden, modifican la superficie del territorio y el clima del lugar, alterando la manera en la que el territorio absorbe y retiene temperatura. A medida que el límite peri-urbano avanza, los espacios abiertos y cubiertos de sombra y vegetación son reemplazados por materiales impermeables como asfalto, piedra, hormigón y suelos desnudos. Una mayor presencia de este tipo de materiales deriva en un aumento de la absorción de radiación solar, por lo que se acumula más calor durante el día, el cual, en parte, se libera durante la noche. 

Imagen: Comparación impermeabilización y de reducción de evapotranspiración entre entorno urbano (derecha) y cubierta vegetada (izquierda), adaptado de Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos (2008). El nivel elevado de impermeabilización de la superficie (75-100%) en el entorno urbano contribuye a mayor temperatura en superficie y a un mayor riesgo de inundaciones.

 

La expansión urbana repercute en el balance energético del territorio en favor de una mayor acumulación de calor en las ciudades. Producto del avance de la ciudad, tiene lugar allí la isla urbana de calor, fenómeno inherente al crecimiento urbano, que ocurre prácticamente en todas las ciudades medianas y grandes del mundo. Así como es frecuente, también suele pasar inadvertido, ya que no es sencillo darse cuenta de la diferencia de temperatura que puede haber entre el centro de una ciudad y su periferia, al no poder estar en ambos lugares al mismo tiempo. Su nombre tiene origen en el aspecto de isla que adoptan los puntos de igual temperatura (isotermas). Estas líneas imaginarias que reúnen superficies con temperaturas similares son concéntricas, lo que hace que, vistas de vistas desde arriba, den la sensación de estar viendo una isla. 

Imagen: Mapa de la isla urbana de calor correspondiente a la ciudad de Londres (Bhatt 2016) que muestra las isotermas concéntricas. La temperatura en el límite de la ciudad es de 5°C, mientras que en el centro esta alcanza los 11°C.

 

El calor adicional que se experimenta en la ciudad puede variar entre 1°C y 10°C y las islas de calor pueden ocurrir a diferentes escalas: alrededor de un edificio, un barrio o en un área extendida de la ciudad. Como resultado, en el centro de las ciudades hace más calor que en sus límites y la intensidad de este fenómeno dependerá de factores como la altura de los edificios, los vientos predominantes, la cantidad y calidad del arbolado público, la distribución de espacios abiertos vegetados, así como también de cuánto calor antropogénico se genere a partir del uso de equipos de aire acondicionado y vehículos a combustión. 

Imagen: Mapa corte de una isla urbana de calor típica mostrando la diferencia de temperatura (ΔT urbano-rural). Esta diferencia puede ser de hasta 10 grados Celsius. Fuente: Oke T. R. 1987, Boundary Layer Climate, 2da Edición. pág. 288.

 

Por otra parte, las olas de calor son períodos de tiempo prolongados con una temperatura media muy elevada, mayor a la esperada en un momento y lugar determinado, que tienen un vínculo directo al funcionamiento del clima global. El Servicio Meteorológico Nacional de Argentina las define como “un período en el cual las temperaturas máximas y mínimas igualan o superan, por lo menos durante tres días consecutivos y en forma simultánea, ciertos umbrales que dependen de cada localidad. Esos umbrales se establecen en base al denominado Percentil 90. Superado ese umbral, se considera que una temperatura es extrema”.

A nivel mundial, la frecuencia con que estas se dan viene en aumento y el último informe del Grupo de Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC, por sus siglas en inglés) pronostica que se verá aún más incrementada durante los próximos 80 años entre 8 y 39 veces, según cuáles sean los niveles futuros de emisiones de gases de efecto invernadero. 

A diferencia de las islas urbanas de calor, las olas de calor son eventos climáticos no permanentes que no se relacionan en forma directa con la expansión urbana, sin embargo, en la simultaneidad actúan en conjunto. Es decir que, si bien no son la causa de las olas de calor, las islas urbanas de calor las amplifican, lo que termina por afectar a gran parte de las dinámicas que hacen a la vida cotidiana en la ciudad. 

 

Consecuencias del calor urbano

En Argentina, la ola de calor de mayor impacto y duración en su historia fue la ocurrida entre diciembre de 2013 y enero de 2014. En ese período, sólo en la ciudad de Buenos Aires, se registraron 544 muertes más que el promedio de fallecimientos del mismo período de los ocho años anteriores, lo que se atribuye al incremento histórico de las temperaturas. Si contamos los fallecimientos en todas las zonas afectadas a lo largo y ancho del país, la cifra sería entre seis y ocho veces mayor. Durante esta ola de calor, la temperatura máxima media fue 36,1°C a lo largo de nueve días y la temperatura mínima media fue 25,4°C, rango similar al pronosticado por el SMN para la ola de calor que estamos experimentando actualmente.

Un estudio reciente analizó la mortalidad a causa de las olas de calor y señaló que durante este tipo de eventos hay un 14% más de probabilidades de fallecer por causas naturales. La evidencia muestra que las muertes ocurren, en forma indistinta, tanto en hombres como mujeres y en todas las edades, pero afecta mucho más a menores de 15 años y a mayores de 85 años, más aún si existe la prevalencia de enfermedades cardíacas y respiratorias. 

A modo de parámetro, hubo más muertes a raíz de este fenómeno en la Ciudad de Buenos Aires que las que se contaron debido a inundaciones en toda la Argentina entre 1985 y 2015. No obstante, la letalidad del calor no se condice con una percepción pública que dé cuenta de su daño a la salud. En efecto, la Tercera Comunicación Nacional de la República Argentina a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático sostuvo que respecto a las olas de calor “no existe la suficiente conciencia pública sobre los daños y muertes que ocasionan”. 

Otra consecuencia del aumento de la temperatura es el incremento de la presión que el calor ejerce sobre los sistemas de provisión de energía debido al mayor uso de los equipos de aire acondicionado, lo que genera picos de demanda de electricidad y, en consecuencia, un riesgo mayor de apagones eléctricos o, en una instancia previa, la necesidad de recurrir a cortes programados de modo de evitar una saturación en el suministro. A su vez, el estrés térmico provoca un perjuicio en la productividad laboral que suele afectar especialmente a las personas con ingresos más bajos, que se ven obligadas a salir a la vía pública para acceder a un ingreso. Escenarios adversos que, en todos los casos, implican mayores costos económicos. 

 

La respuesta de las ciudades, una asignatura ineludible

Los gobiernos locales, especialmente quienes diseñan y gestionan el espacio público urbano, pueden hacer mucho por reducir estos impactos. La mayoría de las estrategias llevadas adelante al momento –de una efectividad evidenciada– pueden clasificarse principalmente en dos grupos: acciones vinculadas al aumento del arbolado y vegetación urbana, y el uso de pavimentos y superficies frescas, que debido a su color claro reflejan mejor la radiación solar. En 2008, la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos realizó investigaciones acerca de las islas urbanas de calor y presentó un compendio de estrategias de mitigación, en el que se describen trabajos con árboles y vegetación e instalación de techos verdes, techos frescos y pavimentos frescos. Por ejemplo, la ciudad de Los Ángeles aplicó un revestimiento blanco grisáceo en calles y techos con el objetivo de reducir la absorción de radiación y, en consecuencia, disminuir la temperatura. 

Plantar más árboles es una de las maneras más efectivas de reducir la temperatura ambiente en verano. De esta manera, con la ampliación del arbolado se gana sombra en bicisendas, áreas de espera como paradas de colectivo y otras zonas de tránsito peatonal. Así, con la reducción de la temperatura ambiente, la circulación en espacios públicos resulta menos hostil. Según un informe de ONU-Hábitat, los espacios públicos verdes no son suficientes ni están distribuidos equitativamente en las ciudades, situación que se agrava de manera sustancial al observar lo que sucede en los barrios informalesEn el caso de Argentina, una de las problemáticas principales en las ciudades pasa precisamente por un déficit marcado de espacios públicos verdes, tanto en términos cualitativos como cuantitativos. Sombrear bicisendas, áreas de espera como paradas de colectivos y otras zonas de alto tránsito peatonal reduce la temperatura ambiente, a partir de lo cual la circulación en espacios públicos resulte menos hostil ante la temperatura alta. 

Cualquiera sea la iniciativa de mitigación implementada, en simultáneo deben llevarse adelante campañas que concienticen a la población sobre las consecuencias posibles de esta problemática, así como también diseñar un plan de monitoreo y asistencia a los grupos de personas con mayores riesgos. 

El espacio público debe ser entendido como una herramienta fundamental para la construcción de ciudades más sostenibles y equitativas. En función de cómo se diseñe, se modificará el modo en que la sociedad haga uso y disfrute del mismo, y, en definitiva, la calidad de vida de las personas que viven en las ciudades. La realidad climática que vivimos, cada vez más acuciante y calurosa, reclama revisar y modificar la forma en la que se planifican y gestionan las ciudades.

Autor


Alejandro Saez Reale

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