Las mujeres que participan en el mercado laboral lo hacen en peores condiciones y con más riesgo de caer en el desempleo

Con una participación algo superior a la mitad de la población total, las mujeres continúan mostrando una baja participación en el mercado laboral, con mayor propensión a empleos precarios, y están en clara desventaja en la pirámide de ingresos.

Pese a que el fenómeno atraviesa la discusión pública, la situación prácticamente no ha variado en las últimas décadas. Si bien hubo un leve incremento en la proporción de mujeres en el trabajo remunerado, la brecha salarial sigue fluctuando en los mismos niveles, según un informe del Ministerio de Trabajo nacional.

Tampoco se ha modificado la distribución de las actividades laborales por género: las mujeres se muestran más representadas en rubros con menores salarios.

Es que la desigualdad de género es un fenómeno multicausal que se evidencia en diferentes dimensiones.

“Las mujeres tienen una tasa de actividad inferior a la de los varones, y las que participan lo hacen en peores condiciones, con más frecuencia de manera no registrada, a tiempo parcial y tienen un mayor riesgo de caer en el desempleo y en la inactividad”, puntualiza Florencia Caro Sachetti, coordinadora del programa de Protección Social del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec).

Laura Caullo, economista jefe del Ieral, coincide: “Las mujeres se encuentran insertas en mayor medida que los varones en empleos no registrados y, aunque cuenten con el mismo nivel de instrucción que sus pares masculinos, acceden en menor medida a cargos jerárquicos, pese a su formación”.

El último informe del Indec muestra para el Gran Córdoba una tasa de actividad de 51,3 por ciento para mujeres y de 71,7 por ciento para varones en el tercer trimestre de 2019.

En el caso del desempleo, las tasas son 13,4 por ciento y 9,1 por ciento, respectivamente (las brechas se agravan en los rangos de 30 a 64 años: 11 para mujeres y 6,7 para varones).

Baja formalidad

Los datos del empleo privado registrado, que surgen de los aportes de las empresas a la seguridad social, reflejan esa desigualdad.

En el mercado laboral (incluye asalariados formales e informales, cuentapropistas y otros trabajadores) de la Encuesta Permanente de Hogares del Indec, el 43 por ciento de la población ocupada en el segundo trimestre de 2019 estaba representado por mujeres.

En cambio, los datos del Boletín de Empleo y Remuneraciones por sexo de 2019, del Ministerio de Trabajo, dan cuenta de que sólo un tercio de los trabajadores formales del sector privado son mujeres, con grandes diferencias según los rubros de actividad.

Este último informe incluye datos desde 1995. En este lapso, la mayor incorporación femenina al mercado laboral formal privado se produjo hasta 2000, cuando tocó el 30 por ciento. Luego subió apenas unos puntos a partir de 2009, pero sigue debajo del 33 por ciento.

La menor participación femenina en la formalidad también explica parte de la brecha salarial.

En el total de ocupados las mujeres cobran alrededor de 25 por ciento menos que los varones; y el último dato de la encuesta del sector privado registrado informa una brecha de 22,7 por ciento (junio 2019).

Entre 2002 y 2016, la diferencia osciló entre 23 por ciento y 27 por ciento; luego bajó, pero llamativamente el porcentaje es casi igual al de junio de 1999 (22,3), hace 20 años.

Mary Acosta, economista del Consejo Profesional de Ciencias Económicas (CPCE) de Córdoba, señala que los factores que más inciden en la brecha salarial son la cantidad de horas que las mujeres destinan al trabajo reproductivo (ver El trabajo en el hogar…); el menor acceso a puestos de dirección o gerenciales, y la segregación cultural de supuestas aptitudes para diferentes sectores según el género.

“La calificación parece ser el factor de menor incidencia en la brecha salarial por género. Las mujeres presentan niveles educativos comparables e incluso superiores a los hombres para cada grupo”, dice Acosta.

Para Caro Sachetti, “pese a que están más formadas y tienen más años de educación, no se ve un correlato en el mercado de trabajo”. Y advierte que “en los puestos de liderazgo las mujeres requieren más años de capacitación que un varón”.

Datos de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) indican que en 2018, el 62,9 por ciento de los estudiantes eran mujeres. Entre los egresados, la participación aumenta a 66,5 por ciento.

Diferencias horizontales

Una de las causas de las diferencias salariales tiene que ver con la desigualdad horizontal. La mujeres tienen más participación entre las actividades de menor nivel de ingreso y son muy pocas en los rubros pujantes, como tecnología, ingeniería, ciencias y matemáticas, lo que dificulta solucionar estas desigualdades en el futuro.

Entre las distintas facultades de la UNC, en Lenguas, en Ciencias Sociales y en Psicología, la proporción de mujeres ronda el 80 por ciento. Por el contrario, en Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, en Ciencias Agropecuarias, y en Matemática, Astronomía, Física y Computación (Famaf), es inferior al 35 por ciento. Incluso en estas facultades, la mayoría de las mujeres están en carreras relacionadas con los profesorados.

En el mercado laboral, se reproducen estereotipos que asocian a las mujeres con las tareas reproductivas.

El informe del trabajo privado formal muestra que las mujeres representan más del 70 por ciento en educación y en servicios sociales y de salud; son casi la mitad en intermediación y servicios financieros, en servicios sociales y profesionales, y en hotelería y restaurantes. En cambio, en industrial, en electricidad, en transporte y comunicaciones, en agro, en minería y en construcción, no llegan al 20 por ciento.

“Las mujeres participan más en actividades que suelen tener menor consideración económica, pero que son imprescindibles”, remarca Virginia Giordano, economista de Idesa. Esto obedece a una réplica de las tareas que suelen realizar en el hogar (salud, enseñanza y cuidados).

Caullo remarca que la brecha salarial promedio de 22,7 por ciento es mayor en actividades mejor remuneradas. “Por ejemplo, pese a la paridad de puestos, en actividades ligadas a servicios financieros y empresariales, la diferencia supera el 28 por ciento, mientras que en comercio minorista se reduce al 15 por ciento”.

Leticia Tolosa, agente de Bolsa y docente universitaria, aporta: “En el sector financiero, bancario y de mercado de capitales, en Argentina hubo un incremento de mujeres en la actividad, pero aún es baja la participación laboral y en la toma de decisiones financieras a nivel empresarial”.

Agrega que las diferencias también se ven entre los empresarios. Tolosa cita una encuesta de Facebook con el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde) en pymes de 97 países que concluye que las mujeres que incursionan en sectores dominados por hombres obtienen utilidades 66 por ciento superiores que aquellas que permanecen en rubros tradicionalmente con mayor concentración femenina.

Añade que en muchos países las empresas de propiedad de mujeres se concentran en el comercio minorista y en los servicios con bajo nivel de inversión y de crecimiento”, y que “la brecha de género es más pronunciada en el sector de tecnologías de la información y de las comunicaciones”.

Foro de Davos: Ranking mundial

Argentina, en equidad de género económica.

El Foro Económico de Davos elaboró un informe detallado por país con la medición de la desigualdad en cuatro dimensiones: participación y oportunidades económicas, educación, salud y supervivencia, y empoderamiento político.

De estos indicadores, la brecha en economía fue a contramano y empeoró: la cantidad de años necesarios para llegar a la equidad (si todo sigue igual) aumentó de 202 años en 2018 a 257 años en 2019.

Entre los 153 países relevados, Argentina se encuentra en el puesto 30 con una brecha global de 25,4 por ciento en la última medición.

El peor desempeño relativo está en economía, con una brecha de 37,7 por ciento y el lugar 103 del ranking mundial. Aun así, es una leve mejora respecto a 2018.

Autor


Florencia Caro Sachetti

Investigadora asociada de Protección Social

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