El teletrabajo en Argentina. La pandemia del COVID-19 y lo que viene después.


Publicado en julio de 2021

Antes de la pandemia del COVID-19, sólo el 17% de los/as asalariados/as teletrabajaba. Para las mujeres este porcentaje es solo de 14%, mientras que para los varones asciende al 20%. Desde marzo de 2020, con el inicio del aislamiento social y preventivo obligatorio, el teletrabajo fue la manera más efectiva de seguir trabajando y minimizar el riesgo sanitario. Sin embargo, el sistema económico argentino no está en condiciones de trasladar todas las tareas a esta modalidad. Algunos sectores fuertemente rezagados y que han sufrido desproporcionadamente los impactos de la crisis, como las mujeres, personas en trabajos informales, de baja calificación y quienes carecen de acceso a las tecnologías de la información y la comunicación (TICs), podrían experimentar pérdidas de ingreso y empleo permanentes si no se destinan políticas suficientes para incorporar el teletrabajo. En otras palabras, de mantenerse el statu quo, hay un alto riesgo de que el teletrabajo exacerbe desigualdades preexistentes en el mercado laboral.

En el caso argentino, el potencial de teletrabajo es significativo: tres de cada diez personas ocupadas podrían trasladar sus tareas a la esfera digital. Existe una brecha de teletrabajo, entendida como la diferencia entre el teletrabajo potencial y el efectivo, de más de 10 puntos porcentuales. Asimismo, hay importantes diferencias de género: mientras el 35% de las mujeres se encuentran en ocupaciones que son potencialmente teletrabajables, dicho porcentaje es de 21% para los varones. En consecuencia, la brecha de teletrabajo es prácticamente nula para los varones, mientras es de 21 puntos porcentuales (pp.) para las mujeres. La brecha de teletrabajo surge como consecuencia de, entre otros factores, las restricciones de infraestructura digital y de capacidades tecnológicas. No obstante, la distribución del potencial de teletrabajo también es desigual: se concentra en el empleo informal, de ingresos medios y altos, de calificación técnica o profesional, de grupos etarios más altos, y en sectores de actividad específicos (enseñanza, actividades profesionales y financieras, entre otros).

El desafío es cerrar las brechas asociadas al teletrabajo teniendo en cuenta dos horizontes temporales: el de la pandemia y el de la transformación digital. Acercar los niveles de teletrabajo al potencial es sumamente deseable en tanto posibilita una continuidad de los ingresos laborales durante la pandemia, es decir, es una herramienta clave para el corto plazo. Pero también para adaptarse a los mercados de trabajo modernos, para lo cual se requiere impulsar la transformación digital en el mediano/largo plazo, tratando de disminuir las desigualdades preexistentes, o por lo menos no ensancharlas.

Aprovechar esta oportunidad requiere de regulaciones y políticas públicas que promuevan y acompañen la transformación. Una buena política debería actuar sobre las desventajas de la modalidad para aprovechar al máximo sus ventajas, y no puede ser universal, sino que debe tener en cuenta las heterogeneidades de cada sector y ocupación.

Una estrategia de política adecuada debe avanzar sobre dos ejes estratégicos y complementarios. El primer eje consiste en el diseño y la implementación de un régimen regulatorio adecuado, que balancee los objetivos de protección de quienes trabajan y la promoción de la modalidad. El segundo eje consiste en un conjunto de políticas de promoción para cerrar la brecha de teletrabajo.

Con respecto al primer eje, a grandes rasgos el marco regulatorio emergente en el caso argentino – la Ley N°27.555 y su reglamentación- cubre los principales temas que hacen a la modalidad de teletrabajo, como la voluntariedad para la implementación de la modalidad, el derecho a la desconexión y la compensación de gastos. La reglamentación de la Ley proveyó cierta flexibilidad, necesaria para una modalidad que abarca un diverso espectro de ocupaciones y ramas de actividad. Si bien el esquema regulatorio argentino está en línea con la legislación internacional, hay algunas diferencias que en la práctica pueden ser de mayor relevancia a la hora de lograr incentivar la modalidad.

El segundo eje para avanzar en la estrategia de promoción de teletrabajo incluye dos aristas: la aceleración de la transformación digital y el desarrollo y la adaptación de habilidades. En este punto hay muchos desafíos y trabajo por hacer: es necesario contar con infraestructura, habilidades y regulaciones adecuadas para poder extender el alcance y la profundidad de la economía digital y de la capacidad de teletrabajo, logrando así encauzar a la economía argentina en un modelo de desarrollo económico sostenible e inclusivo.

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