No hay dudas de que la suspensión de las clases por efecto de la cuarentena por el coronavirus ampliará la brecha educativa ya existente en la Argentina. Hay unos 10 millones de estudiantes que pasan el día entero en sus casas y el Ministerio de Educación responde a la emergencia con estrategias diversas como la plataforma “Seguimos Educando”, programación educativa en televisión y radios e impresión de cuadernillos . Con todo, la desigualdad, coinciden especialistas y el ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, se agrandará no por la cuestión digital, sino por las condiciones en que los chicos pueden aprender en sus hogares y por la formación de sus padres para ayudarlos.
“Vamos a tener que desplegar un programa específico porque habrá un desgranamiento más marcado dice Trotta a LA NACION -. Vamos a tener que ir a buscar a muchos para que vuelvan. Pondremos el acento en ver cómo revertimos esa desigualdad”.
Los estudiantes de las escuelas rurales (son 15.305 en el país según datos oficiales, con 793.899 alumnos y 84.140 docentes) y de las urbano marginales son los más vulnerables en esta situación. María Caballero es maestra en la localidad santafecina de Maciel, en el Centro Educativo Rural 303 Antonio Arenale. Como sus alumnos no tienen conexión de internet y comprar datos les resulta complicado, ella les deja las actividades en las tranqueras. Prepara cuadernillos semanales con actividades para que puedan trabajar desde sus casas, y admite que en algunos casos los padres pueden ayudar pero no en todos. Pasa dos veces a la semana, una para dejar los cuadernillos y otra para retirarlos.
Trotta afirma que la desigualdad educativa se profundizará. “La realidad será más heterogénea -dice-. Ningún gobierno desplegó la cantidad de herramientas que hemos tenido nosotros; siempre decimos que pensar en el de mayor vulnerabilidad es abarcar a todos. Intentamos darle una respuesta a todos, aunque no quiere decir que lo estemos haciendo”.
Reconoce, además, que el aprendizaje en el hogar no solo está condicionado por lo digital, sino por lo cultural y lo social: “Los dos componentes que más condicionan son el vínculo con el docente y la trayectoria educativa de los papás”.
Dos realidades dispares
Patricio Sutton, de la Red de Comunidades Rurales, sostiene que no solo hay una “enorme brecha” entre escuelas rurales y urbanas sino que la situación de las rurales es muy dispar, dependiendo de la región, de la provincia, de los portales educativos que puedan o no tener cada ministerio provincial y de la capacitación de los docentes.
Grafica que las oportunidades educativas no son iguales en un pueblo rural a 50 kilómetros de Tandil, en la provincia de Buenos Aires, que cerca de Nueva Pompeya, Chaco, una de las zonas con peor índice de necesidades básicas insatisfechas.
Según datos de la ONG sobre números de Educación, el 22% de las escuelas rurales tiene conectividad (algunas de pago) sobre un universo relevado de 5900. Mucho depende de la llegada de señal, de si hay centros comunitarios con internet satelital para acercarse, de que haya dispositivos en las casas. “Hace 15 años que trabajamos con estas escuelas que en su mayoría tienen una alta vulnerabilidad socioambiental. Los índices de pobreza e indigencia suelen triplicar a los del ámbito urbano e incluso a los de otros poblados rurales; la expectativa de vida puede ser hasta de 15 años menos. Así, los perfiles de edades que representan más riesgos ante la pandemia son prácticamente todos”, agrega Sutton.
Destaca además que con el coronavirus las situaciones “ya crónicas” como la falta de acceso al agua potable, a la energía, a la salud, a la buena alimentación y a la comunicación se agravaron. “Esas familias más que acatando el distanciamiento social están aisladas y muchas incomunicadas. No hay un abandono intencional, dado que la situación no era imaginable, pero en la práctica se encuentran totalmente desprotegidas”, señala.
En Corrientes, el profesor Daniel Bruno da clases por radio. Sus alumnos son del colegio Madre Teresa de Calcuta en Colonia Pando, a 33 kilómetros de San Roque, donde vive él y se encuentra la radio. Él integra a estudiantes de siete colonias rurales que en la mayoría de los casos tienen poca conectividad y dependen mucho de la compra de datos.
“Doy Lenguaje Artístico y Comunicacional y aproveché la FM de baja potencia que hay en el pueblo y que llega a todas las casas -describe el docente-. Sino es difícil, son familias de pequeños productores donde varios hijos comparten el teléfono, en algunos lugares no llega la señal. Nos vamos amañando para sostener la motivación. Mandamos contenidos vía WhatsApp, con fotos porque documentos o videos son pesados. La familia también escucha el programa, vamos bien. Los chicos extrañan el contacto social”.
Cómo achicar la brecha
Gabriela Azar, directora de Educación de la Universidad Católica Argentina (UCA), insiste en que la brecha se ahonda por cuestiones de infraestructura, de posibilidad de organización en el hogar, disponibilidad de horarios y con qué interlocutores formados cuentan los chicos.
“La casa es un ámbito diferente a la escuela. El 60% de los chicos no tienen acceso a sistemas sincrónicos -describe-. Tiene que haber condiciones para generar alternativas para que se pueda estudiar, es un esquema muy complejo de sostener al que hay que agregar la carga emocional que pesa mucho”.
Y agrega que también hay que considerar la desigualdad educativa entre las provincias más allá de la ley de educación nacional que existe desde 2006. “La inversión en educación es del 6% del PBI global, pero hay que ver dónde se aplica”.
La directora Programa de Educación de Cippec, Alejandra Cardini, sostiene que, descontado que las desigualdades se profundizarán, lo principal es ver cómo las políticas educativas “pueden mitigarlas”. Repasa que el fenómeno de la interrupción de la educación alcanzó a mediados de marzo al 92% de los estudiantes del mundo por lo que el desafío de “cómo articular con la familia, es de todos”. Coincide con el ministro Trotta en que el abandono escolar crecerá: “Ya en el secundario termina la mitad de los que ingresan. La clave en la ruralidad y en escuelas de sectores vulnerables es mantener el vínculo”.
Desde la Red de Comunidades Rurales están en contacto permanente con familias, con las escuelas (siguen capacitando a docentes), con agencias de cooperación e instituciones como el Inta y el Conicet. Sutton aporta que los mensajes que les llegan de distintas partes son muy duros: “Docentes y directivos llorando, describiendo situaciones difíciles, sintiéndose superados por la emergencia, no preparados para atender la situación, con limitaciones de todo tipo. Muchos docentes ni siquiera tienen una notebook para poder trabajar y pagan de su bolsillo las llamadas y en las familias no hay dispositivos o conexión “.
En la comunidad aborigen Alecrin de Misiones, Sandra Aranda es directora de una escuela que tiene 79 alumnos. Relata que muy pocas familias tienen conectividad, por lo que junto a los docentes indígenas (la escuela es bilingüe) preparan cuadernillos especiales: “La decisión del Ministerio de Educación de imprimir fue un paliativo muy importante. Como nosotros tenemos otra currícula generamos nuestros contenidos con mucho apoyo de la Provincia que también nos comparte lo que hace. El acompañamiento de los papás depende mucho de cada comunidad aunque hay recovecos que no se pueden saldar, como el analfabetismo de los padres que en algunos casos cubren los hermanos mayores”, señala. Aunque en esos casos rescata la parte cultural, los relatos orales y los valores que pueden transmitirse.
Calificar o no
El ministro Trotta revaloriza que también se haya establecido una “agenda analógica” en esta etapa hasta que se resuelva “cómo y cuándo” volver a las aulas. Sobre si hay que poner notas o no a los alumnos, insiste en que “hay que evaluar el proceso, el esfuerzo, pero no calificar. Poner una nota es calificar el entorno que no es el mismo para todos”. Como aspecto positivo, señala que en esta coyuntura “se revitalizó el reconocimiento social del maestro y el rol de la escuela”.
Para Cardini, hay tres momentos a considerar: el actual, que pasa por educar sin escuela, con respuestas atomizadas de acuerdo a los recursos y con la política acompañando, donde estamos todos aprendiendo y ensayando; el próximo que será acompañar el distanciamiento social en el que las políticas deberán estar más armadas, ya saliendo de la respuesta de emergencia e ir a algo más organizado, y el tercero, el de la nueva presencialidad, donde hay aspectos que quedarán para siempre.
También valora que hoy la educación tiene más diálogo y más intersectorialidad. Hacia adelante cree que las decisiones deberán aminorar la brecha, que estará acompañada también de más problemas económicos. Por eso, para ella, ahora no es momento de calificar.
Otra es la mirada de Azar, que entiende que en el concepto de formar por habilidades se soslaya la explicación conceptual, y que deben establecerse un conjunto de contenidos mínimos a los que calificar para saber de dónde se parte y cómo se sigue. “Suspender la evaluación es un disparate. Hay que volver a una noción de evaluación, acompañar y valorar los logros, darle una asignación a una tarea bien hecha”, dice.
“De aquí en adelante queda claro que la alfabetización tradicional ya no es un indicador del grado de desarrollo de un país y que la falta de conectividad aísla y segrega como nunca antes -sintetiza Sutton-. La escolarización no es suficiente. La alfabetización digital es apenas el primer paso, el nuevo marco. Es imprescindible que exista igualdad en el acceso a los conocimientos y que lo aprendido sea potente, activo para el aprendizaje. Deben ayudar a fortalecer el capital social y cultural; hay que desarrollar la inteligencia comunitaria”.