La economía digital está revolucionando los mercados y los partidos necesitan transformarse

En dos tercios de las naciones del mundo se vive hoy bajo democracia. La mayoría de los países que lograron alcanzarla después de 1975 consiguieron mantenerse democráticos, aunque en varios hubo transiciones a regímenes autoritarios o híbridos. Es que la democracia no es sólo un camino de ida. Una ambiciosa encuesta de Pew Research Center realizada este año en 38 democracias de distintas latitudes y niveles de desarrollo mostró que sus habitantes siguen creyendo mayoritariamente que la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno, pero también pesa la percepción de que una opción no democrática podría ser buena. El estudio volvió a confirmar cuán atada está la satisfacción con la democracia a la percepción del bienestar económico: cuanto mayor se percibe el bienestar personal, más se quiere a la democracia.

Mientras China continúa moviendo el centro del poder económico a Oriente, se apuntan aquí cinco tendencias de lo que ocurrió en 2017 en las democracias de Occidente.

Juventud, divino tesoro

El año en que un especialista de la Escuela de Medicina de Harvard anunció que nació la primera persona que va a vivir 150 años asistimos al primer millennial primer ministro: el conservador Sebastian Kurz, de sólo 31 años, logró formar gobierno en Austria. (¡Largas biografías nos esperan si las carreras políticas empiezan a durar 120 años!). Jacinda Ardern (37 años) en Nueva Zelanda y Emmanuel Macron (38 años) en Francia son otros indicios de que una ola de renovación generacional parece estar llegando a la política. ¿Logrará esta generación ser más efectiva para involucrar a los jóvenes en la política y revertir sus niveles cada vez más bajos de participación electoral? Ardern, DJ amateur, consiguió aumentar el caudal de votos del laborismo vía una mayor participación de jóvenes y enciende una tibia promesa, aunque nadie sabe cuán duradero será este compromiso joven.

Europa vs. extrema derecha

Creíamos que el continente europeo pasaba del annus horribilis (como algunos analistas llamaron a 2016, protagonizado por el Brexit) al año de la moderación política, con la llegada al poder de Macron y la reelección de Angela Merkel en Alemania. Pero 2017 fue el año de mayor avance de los partidos populistas en los últimos veinte años: un análisis de Bloomberg de 22 países europeos revela que los partidos populistas de derecha radical obtuvieron en promedio el 16% del total de votos en las elecciones parlamentarias más recientes de estas naciones, frente al 11% que recibieron en la década anterior y al 5% de 1997.

El crecimiento es mayor en Europa del Este, pero no exclusivo de esa región. Los populismos europeos logran adeptos en una región que, pese a ser la de mayor igualdad del planeta, no logra dar respuesta a las demandas de sus habitantes, especialmente de las clases medias, y que ve además derretirse su poder relativo global. Si en 1900 la población europea constituía el 25% de la población mundial, en 2060 representará sólo el 6. Su participación en el producto bruto mundial también va menguando. Mientras tanto, los populismos y separatismos logran tapar el cielo con las manos.

La polarización, en auge

Los estudios de opinión pública muestran que la polarización en Estados Unidos continuó creciendo y 2017 vio la mayor brecha partidaria (¡la grieta!) en 25 años. Hoy la división partidaria es más acentuada que las diferencias por religión, edad o nivel educativo. La polarización política se volvió un fenómeno recurrente en muchas democracias (hasta en la centrista Chile, por cierto) y las redes sociales ponen su granito de arena para potenciarlas.

En la Argentina, una encuesta de CIPPEC a 2000 votantes durante la campaña electoral de las elecciones de este año confirmó que las redes sociales refuerzan la polarización: al ser expuestos a tuits negativos sobre Cristina Kirchner o Mauricio Macri, la percepción de la distancia ideológica entre ambos líderes políticos se incrementa entre los votantes.

El efecto Rusiagate

El año que hoy concluye comenzó con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. La imprevisibilidad de su política exterior sumó mayor incertidumbre a la inestabilidad global. En la opinión pública, su primer año de mandato estuvo marcado por el escándalo alrededor de la influencia rusa en la campaña electoral que lo llevó a la presidencia.

Si uno de los rasgos más extendidos en la legislación comparada de financiamiento de las campañas electorales era prohibir las donaciones de origen extranjero, 2017 nos encontró discutiendo sobre una nueva forma de influencia externa y cómo regularla. Luego de una importante investigación federal, Facebook admitió que los avisos de publicidad con noticias falsas en su red social fueron pagados por empresas de origen ruso y habían sido vistos por 10 millones de personas, casi la mitad antes del día de la elección.

Zuckerberg anunció nuevas medidas de transparencia para la publicidad online y le ganó de mano a la Comisión Federal de Comunicaciones de Estados Unidos, encargada de regular las campañas electorales, que hace varios años viene discutiendo sin éxito cómo obligar a las redes sociales a difundir quién paga los avisos publicitarios.

Más allá de esto, diferentes elecciones este año mostraron cuán fácil es difundir noticias falsas para influir en el resultado electoral, encendiendo la paranoia -tan proclive al fantasma ruso- pero demostrando que la influencia de las nuevas tecnologías en los procesos electorales requiere atención. Y esto será así definamos o no utilizar sistemas de voto electrónico. Conservar las boletas de papel no será sinónimo de omitir esta regulación.

América Latina, turbulenta

2017 fue un año turbulento para la región: la crisis brasilera não tem fim y continúa tras la condena al ex presidente Lula Da Silva; la profunda crisis social en Venezuela parece sin salida cercana; hubo además elecciones cuya integridad quedó en entredicho (la OEA publicó un duro informe sobre la integridad del proceso electoral de Honduras, pero no logró evitar el reconocimiento del presidente electo). Además, el financiamiento ilegal de la política se cobró varias carreras con el escándalo de la constructora Odebrecht y en Perú el juicio al presidente Kuczynski por su involucramiento en esta trama terminó con el indulto al ex presidente Fujimori. Mientras, la Argentina volvió a tener una campaña electoral financiada en efectivo.

Los tribunales electorales independientes y los poderes judiciales de la región, incluida la Argentina, fueron puestos a prueba y en importantes casos no pasaron el test de la imparcialidad. Un claro ejemplo es la habilitación a la reelección indefinida de Evo Morales en Bolivia. La factura la pagan los partidos políticos, cuya confianza sigue cayendo. Ante esta frustración, una vieja receta ya probada y fracasada, como las candidaturas independientes, vuelve a la escena. Colombia tiene hoy 30 candidatos a la presidencia, 25 de los cuales son independientes de cualquier partido político establecido. Y México, que estrena este tipo de candidaturas en sus presidenciales 2018, tiene por ahora 85 independientes que compiten por suceder a Enrique Peña Nieto.

Este año mostró que las democracias están en búsqueda de sistemas políticos innovadores. La economía digital está revolucionando los mercados y los partidos necesitan transformarse. Mientras, los votantes piden cambios en las urnas y en las calles.

Autor


Julia Pomares

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